Artículo del Diario La República
Escrito por Federico de Cárdenas.
https://larepublica.pe/tendencias/747708-cine-el-evangelio-de-la-carne
Autor de los promisorios cortos Una vez más y 303 y del valioso mediometraje TQ192, Eduardo Mendoza de Echave (Lima, 1975) debutó en el largometraje con Mañana te cuento (2005), que tuvo luego una innecesaria continuación en Mañana te cuento 2 (2008). Ya entonces escribimos que ambas películas estaban muy por debajo de lo que Mendoza podía dar. El cineasta hizo luego una incursión en el mundo de las producciones de acción y bajo presupuesto para el mercado norteamericano (Snuff dogs, 2010) que no hemos visto, y elevó un tanto el nivel de exigencia en su cuarto largo, Bolero de noche (2011), que hay que considerar fallido, pero del que afirmamos que, pese a sus limitaciones, era “su propuesta más interesante, aunque quedaba como una suerte de embrión de lo que podría ser su salto hacia un cine más personal”.
Es cosa hecha con El evangelio de la carne, obra de madurez del cineasta y una de las propuestas de mayor ambición que el cine peruano haya presentado en años recientes. Pero veamos antes una síntesis de la misma: estamos en octubre y, el día en que se juega la final del campeonato de fútbol con una versión del clásico “U”-Alianza y sale la procesión del Señor de los Milagros en su recorrido largo, tres hombres entrecruzan sus vidas en busca de una redención en lo personal y de un milagro para los suyos.
Estos son Gamarra (Giovanni Ciccia), policía encubierto que busca salvar a su esposa Augusta (Jimena Lindo) de una enfermedad terminal, en tanto investiga con su endeudado colega Ramírez (Lucho Cáceres) redes de contrabando y falsificación de moneda; Félix (Ismael Contreras), chofer de buses interprovinciales que ha ido a prisión por haber ocasionado un grave accidente al conducir ebrio, y busca ser admitido en la hermandad del Cristo morado; Narciso (Sebastián Monteghirfo), líder de una de las barras bravas de la “U”, quien busca librar a su hermano menor –en el reformatorio por la muerte de un hincha rival– de su pase a prisión por alcanzar la mayoría de edad.
ELOGIO DEL GUION
El guion, obra de Eduardo Mendoza y Úrsula Vilca, es un acabado ejemplo de relojería. La cinta se abre en flashback a los seis meses anteriores a lo hechos, y va trenzando con habilidad las tres historias paralelas que confluyen en sus imágenes finales. Esto permite proporcionar al espectador información sobre el pasado de la media docena de personajes principales –que quedan perfectamente definidos–, pero a la vez incorporar a una decena de secundarios y otorgar a la trama su carácter coral, pues cada uno de ellos es custodio de una parte de una historia que se ramifica, e interactúa en asociación o rivalidad con los protagonistas.
Estas subtramas, mesuradas o excesivas, tienen como protagonistas a conocidos rostros del cine y la escena. No podemos mencionarlos todos, pero es un placer reencontrar a Aristóteles Picho como el tenebroso acreedor de Ramírez, a Gianfranco Brero como el médico que atiende a Augusta, a Víctor Prada como cerebro de la operación de falsificación de dólares, a Norma Martínez como la hermana de Augusta, a Jorge Rodríguez Paz como mayordomo de la cuadrilla a la que desea ingresar Félix, etc.
Gracias a esta profusión de personajes la cinta penetra en escenarios poco o nada vistos anteriormente en nuestro cine: imprentas y mercadillos de actividades clandestinas, el mundo de los cambistas de moneda extranjera, los locales característicos de las cuadrillas religiosas o de las banderas de las barras, etc. En algunos casos estos escenarios existen previamente; en otros han sido recreados para efectos de la ficción –son como prolongaciones que definen a los personajes–, pero la diferencia carece de importancia, puesto que lo que cuenta es la consistencia que alcanzan para dar credibilidad a las historias contadas.
PUESTA EN ESCENA
El mejor guion puede naufragar si es que no encuentra un realizador apropiado, y aquí el crédito pertenece a Mendoza y su equipo. No solo por haber sabido dirigir al conjunto de actores con un nivel parejo de exigencia, sino por haber dado a la película una respiración y ritmo muy personales a través del espléndido trabajo de edición de Eric Williams. De algunos de estos actores es posible esperar buenos rendimientos (Brero, Picho, Prada), pero en otros casos se puede hablar de revelaciones, como en el caso de Ismael Contreras, que hace de su Félix débil, apocado y contradictorio una creación consagratoria (la resolución de la secuencia en que va a ser operado por traficantes de órganos es una gran idea visual). Y lo mismo podría decirse de Ciccia jugando en pared con Lucho Cáceres o enfrentado a Jimena Lindo y su cuerpo minado por la enfermedad y la atracción sexual que le suscita el personaje de Cindy Díaz.
El retrato que nos ofrece Eduardo Mendoza es el de una Lima abigarrada en lo visual (gran trabajo fotográfico de Mario Bassino) que se mueve entre violencia y religiosidad. Sus personajes parecen ser arrastrados por la mano cruel de un destino excesivo que no discrimina en las historias personales y tiende a borrar los confusos límites que para gran parte de ellos separan la legalidad y el delito; que estos personajes se identifiquen con sectores populares y de clase media empobrecida parece obedecer a una elección adecuada, que los relaciona. Ellos encuentran en la precariedad (económica, social, moral y sentimental) que los atenaza una facilidad para actuar en los márgenes y someterse a un “orden” poroso que les permite transitar entre la violencia más primaria y una religiosidad redentora en la que es posible encontrar un refugio.
Puede objetarse a la propuesta el marcado carácter tanático que cierra varias de sus historias, pero el gran logro de la cinta consiste en haber plasmado este universo en un paralelismo audaz, que obtiene imágenes de una intensidad pocas veces vista en nuestro cine. Mendoza va hasta el final, sin temerle al melodrama. Sería reductor equiparar esa suerte de idolatría laica que confiere a la pertenencia a las barras bravas su carácter irracional y violento con el espectáculo de la fe de un pueblo, pero una secuencia memorable –aquella en la que Gamarra (Ciccia) avanza cargando el cuerpo de su esposa y logra ingresar al entorno más próximo a las andas del Cristo morado– provoca un estremecedor cruce entre realidad y ficción. Solo esta secuencia –pero hay otras– bastaría para recomendar a El evangelio de la carne como una obra de visión imprescindible.
La ficha
Dirección. Eduardo Mendoza de Echave
Guion. E.M. y Úrsula Vilca
Fotografía. Mario Bassino
Reparto. Giovanni Ciccia, Jimena Lindo, Ismael Contreras, Cindy Díaz, Lucho Cáceres, Sebastián Monteghirfo, Víctor Prada, Ebelyn Ortiz, Gianfranco Brero
Premios. Titra y del Público (Festival de Lima)
Producción. Perú, 2013
Duración. 109 minutos.
www.ursulavilca.com
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